La casa estaba oscura,
solo se veía una tenue luz anaranjada que entraba de la calle.
De fondo, los ronquidos
de la abuela, que descansaba plácidamente en la habitación continúa a la
nuestra.
Estábamos solos, los
tres.
La familia de mi primo se
había quedado en lo de la otra abuela y mi tía, aún no había vuelto de Madrid. Separados
por un buen trecho, mi primo en la camita de la izquierda y yo en la de la
derecha, podíamos ver ambos desde donde estábamos, la escalera que subía a la camara.
Hablábamos en susurros y
nos reíamos de vete a saber qué...
quizás de la Trolivia, que esa mañana había estado de más mal humor que
nunca.
La Trolivia era
una señora muy alta y delgada, que siempre llevaba un moño bien arriba de la
cabeza. Esto nos recordaba a la novia de Popeye,
Olivia. Pero a la vez, tenía cara de muy enfadada, entrecejo sin depilar, cejas
bien frondosas y una ligera joroba.
Por las mañanas, cuando
nos cruzábamos con ella camino al caño, nos miraba con cara de asco y murmuraba
un sin fin de improperios que no lográbamos entender y seguía con ellos,
mientras se alejaba espatarrada con sus calcetines hasta la rodilla. A veces,
nos miraba y escupía. Por todo eso, nos
parecía también un Trol.
Mientras seguíamos
susurrando miramos hacía las escaleras y nos callamos de golpe.
Vi unas piernas blancas,
muy muy pálidas como de las rodillas, hasta los pies.
Me quedé muy quieta,
mirando hacia esa dirección. En ese momento mi primo se levantó de un salto de
la cama y yo entonces, hice lo mismo. Nos dimos la mano y muy despacio, nos
acercamos a la puerta, donde estaba el interruptor de la luz.
Prendimos la luz. Y lo
vimos.
Ahí estaba mirándonos,
con cara de sorpresa. Era el gato blanco, más bonito que habíamos visto nunca.
Tenía un pelaje que parecía nieve brillante.
Nos soltamos de la mano y
nos dio por reír muy fuerte...
-¡Que susto! ¡Jajajajaja!
- ¡¿Qué paaaasaaaa??!
-¡Nada abuelita! Un gato
que se ha colado por la camara y nos
ha asustado.
-¡Veeengaa a
dooormiiiir!!
Apagamos la luz y
volvimos a la cama.
-Luci, ¿tú que has visto?
-Unas piernas muy pálidas
¿y tú?
-Como unos pies blancos.
-Sí, yo también. Desde
aquí solo veía como unos pies muy blancos y luego le seguían unas piernas como
hasta la rodilla.
-Luci…
-Dime…
-¿Me cuentas un cuento?
-Bueno… pero muy bajito…
Unos cinco días después
de aquello, estábamos jugando en la calle, como no, a Indiana Jones.
Mi primo insistía, que él lo era.
Esta vez íbamos con el
inseparable compañero de aventuras de Indi, que era su hermano pequeño,
al que dentro del juego le llamábamos Goyo.
Era tarde, pues serían ya sobre las once de la noche y estábamos a punto de
pasar sobre la gran reja alargada del alcantarillado, jugando a que era un gran puente que teníamos que cruzar
para devolver a su lugar, una reliquia, que era una gran piedra que habíamos
conseguido en la plazoleta.
La calle estaba bastante a
oscuras, pues la farola quedaba un poco lejos de donde nos encontrábamos.
Al otro lado del “puente” había una casita muy pequeñita
que llevaba abandonada muchos años.
Estaba medio en ruinas y se encontraba
justo al final de la calle, de la casa de nuestra abuela.
Íbamos a cruzar, cuando
vimos un brazo pálido apoyado en la ventana,
de esa casa abandonada.
Era claramente una mano
seguida de un brazo, hasta el codo. Nos quedamos quietos y Goyo se escondió detrás de mí apretando sus manitas en mi cintura.
En esas, que en la calle de al lado, pasó un coche muy despacio, alumbrando gran
parte de nuestra calle.
Entonces lo vimos, ahí en
la ventana, mirándonos. De nuevo aquel gato blanco, que parecía de nieve
brillante.
Nos fuimos a casa con la
sensación de haber vivido algo misterioso y mágico. En aquella época, en el
pueblo, todo nos parecía un poco así.
Sabíamos que había sido
un gato… ¿pero cómo es que habíamos visto los tres, lo mismo?
Aunque tenía otras cosas
de las que preocuparme, como la clase de matemáticas que tendría al día
siguiente, con el superdotado.
(Continuará...)